sábado, 26 de febrero de 2011

Oración sincera

Aquí dejo un pequeño cuento que me llamó mucho la atención cuando lo leí y que me hizo pararme a pensar como yo vivía en este aspecto. Espero que os dé para pensar. Si queréis, podéis comentar lo que a cada uno os dice: 

Me puse de rodillas para orar, antes de acostarme, y oré así: “Señor, bendícelos a todos; alivia el dolor de cada corazón entristecido y haz que los enfermos vuelvan a estar sanos”.
Al día siguiente, me desperté y reanudé mi vida, sin ninguna preocupación.
Durante todo el día, no intenté enjugar ninguna lágrima de ningún ojo.
No intenté compartir la carga de ningún hermano, en su camino.
Ni tan siquiera fui a visitar al enfermo que yacía en la casa de al lado.
Sin embargo, otra vez, al acostarme, oré así: “Señor, bendícelos a todos”.
Pero, mientras así oraba, oí junto a mi oído, una clara voz que me decía:
“Detente, hipócrita, antes de orar. ¿A quién has tratado de ayudar hoy?”.
“Las mejores bendiciones Dios las da siempre por medio de las manos de los que aquí le sirven”.
Entonces, cubrí mi cara con las manos y lloré: “Perdóname, Dios, porque te he mentido; permíteme vivir un día más, que yo trataré de vivir de acuerdo con mi oración”.

2 comentarios:

  1. La primera vez que leíste esta historia me removió el corazón..., ahora igual la nueva imagen que has añadido (a la derecha) al blog. Ánimo! Por ahora genial!

    ResponderEliminar
  2. "A Dios nunca lo ha visto nadie; si nos amamos unos a otros, Dios permanece en nosotros, y el amor de Dios está en nosotros consumado" (1 Juan 4,12)

    ResponderEliminar